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El olor no solo se percibe, se ama, se desea, se memoriza.

El olor tiene alma.

No es solo un estímulo químico, es una llave.

Una contraseña ancestral que despierta recuerdos, pasiones, certezas.

Hay olores que son patria, que son vientre materno, que son el sudor de una noche de amor o el aliento de una despedida.

El olor se ama con las fosas nasales abiertas y el corazón rendido.

Se desea con el cuerpo entero, porque no entra solo por la nariz, entra por la piel, por la entrepierna, por las neuronas.

Algunos olores son tan íntimos que nombrarlos sería casi profanarlos.

Son himnos silenciosos.

El olor es el único sentido que va directo al cerebro límbico, la cueva donde habitan las emociones sin nombre.

Por eso, el olor se desea como se desea lo que no se puede olvidar.

Y se ama como se ama lo que nos hace sentir en casa.

Fragancia de lo eterno